Gracias, de parte de KO

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La siguiente historia fue tomada de una carta pública, dirigida al Dr. Sarno, y escrita por una persona que se recuperó de SMT. La carta fue originalmente enviada al sitio del Proyecto Gracias Dr. Sarno (“Thank You, Dr. Sarno Project” en Inglés).


Vivía en la ciudad de Nueva York, al tiempo que trabajaba en la producción de una filmación, y corría 15 a 20 millas cada semana. Las revistas que leía advertían acerca del riesgo de correr sobre el pavimento, y la importancia de tener un buen soporte en los zapatos. Nunca tuve problema alguno, hasta que un día, durante la filmación de una escena particularmente tensa, jalaba una hielera de un lugar a otro del escenario, y entonces ocurrió. Me hice un tirón en uno de los músculos de mi espalda. A la mañana siguiente sentí una especie de corriente eléctrica cuando me agaché en el lavatorio, mientras me lavaba los dientes. Luego sentí un espasmo increíblemente doloroso que me obligó a arrodillarme. En cuanto pude moverme de nuevo, llamé a un amigo, que me recomendó a un terapista. Ella escuchó mi historia y me dijo que posiblemente tenía una hernia en la columna, y que la sensación de electricidad se debía a un pinzamiento en el nervio ciático. Podía imaginarlo. Mi espalda seguía presentando espasmos. Tomé relajantes musculares que hacían que sintiera mi lengua gruesa e incontrolable. La ciática seguía doliéndome, a un punto que tomé medicamentos para el dolor suficientes para tumbar a un caballo. Dormía sobre un mat puesto sobre nuestro piso de madera dura. Nada funcionaba. Durante los meses siguientes, el dolor bajó por mi pierna hasta llegar a mi tobillo, que se puso débil y que perdió sensibilidad.

A medida que la situación empeoraba, visité algunos quiroprácticos. Recíbí Rolfing, acupuntura, y acupuntura con pulsaciones eléctricas. Visité a los especialistas recomendados por los directores de especialidades atléticas. Me sometí a análisis de rayos X, resonancia magnética, y tomografía axial computarizada. Se me informó que tenía escoliosis, y una degeneración artrítica severa en las 5 vértebras inferiores, y otras hernias en los discos que en definitiva me dejarían inválida si no las trataba. El dolor era tan fuerte que no podía caminar más de 3 ó 4 pies sin darme por vencida. No podía sentarme derecha, por lo que trabajaba acostada sobre mi espalda. Dormía con mi rodilla derecha sobre almohadas. Un especialista muy caro con una prominente oficina con vista hacia Columbus Circle me indicó que posiblemente no volvería a caminar si no me sometía a cirugía en forma inmediata.

Entonces, un productor que conocí me dio una copia del libro del Dr. Sarno “Mind Over Back Pain”. Me sentí insultada. No acepté la idea de que este tipo de dolor estaba en mi cabeza. Tenía los resultados de las tomografías, los rayos X y las resonancias magnéticas, que mostraban la gravedad de mis problemas en la columna. Si tocaba el punto del pinzamiento de mi nervio ciático, sentía un dolor tan fuerte que me generaba nauseas. Pero me daba horror que algo saliera mal en la operación de la espalda. Quería volver a correr…. Entonces, leí el libro. De tapa a tapa. Era esperanzador. Tenía sentido. Deseaba que fuera cierto, pero no estaba segura. Le hablé del Dr. Sarno al último médico especialista en espalda que jamás veré. Había escuchado del Dr. Sarno, pero se refirió a la conexión entre cuerpo y mente de una forma tan despectiva que me pareció ofensiva. Entonces llamé a la oficina del Dr. Sarno para que me dieran una cita, a fin de hablar con él en persona. Se me informó que el Dr. Sarno no recibía muchos pacientes, y que había una larga fila de espera. Entonces rogué. Supliqué. Y de alguna forma convencí a su secretaria de que me comunicara con él.

Dr Sarno: Habla John Sarno.

Yo: Dr. Sarno, gracias por recibir mi llamada. Leí su libro y creo que soy una paciente para usted, pero necesito verlo para estar segura.

Dr Sarno: En lugar de verme, debe volver a leer el libro.

Yo: Usted no entiende. Yo he … (y le conté todo lo que había hecho). Sólo necesito estar segura de que no hay nada malo en mi espalda.

Dr Sarno: No hay nada malo en tu espalda.

Yo: Sólo necesito verlo en persona.

Dr Sarno: No soy carismático. No la voy a “sanar”.

Yo: Por favor, déjeme verlo para estar segura.

Dr Sarno: Jovencita, es caro. No acepto ningún seguro.

Yo: Está bien!

Dr Sarno: (suspira)… de acuerdo, la voy a comunicar de nuevo con mi secretaria.

Alguien que había cancelado una cita para el día siguiente. Mi esposo me llevó alzada por los pasillos del hospital NYU, hasta el salón de espera del Dr. Sarno. ahí esperé acostada en el suelo. Cuando él me llamó, me levanté hasta la posición de gatear, y me arrastré hasta su oficina, junto a una silla que estaba allí. Él se asomó sobre su escritorio para verme. Un hombre pequeño con pelo gris caneado, y anteojos negros, que gesticuló impacientemente: “¿acaso no se va a sentar?”

“No puedo”. Dije al momento que se me salían las lágrimas.

“¿Entonces usted leyó mi libro?” Preguntó él.

“Si, dos veces”. Dije yo.

“Tengo uno nuevo a punto de salir. Le aconsejo que escriba todo lo que la tiene molesta. ¿En qué trabaja?

“Trabajo en la producción de filmaciones”.

El indicó: “No se imagina a cuántos de ustedes he tratado en este lugar”. Pude observar que el estaba tomando notas.

Yo había traído un sobre grande con los resultados de mis exámenes. Le pregunté si quería verlos. Él dijo que no. Entonces pregunté: “¿cómo es que usted SABE que no hay nada malo en mi columna?

El movió su mano señalando despectivamente los sobres que le ofrecía. “Usted no hubiera sido capaz de arrastrarse hasta aquí como un cangrejo si hubiera algo malo en su espalda”.

Yo dije: “pero hay una parte que me duele muchísimo si la toco, tanto que me genera ganas de vomitar”.

Entonces bajo sus anteojos y me miró. “No lo toque”, dijo.

Pensé en eso por un segundo. “¿Ni siquiera me quiere examinar?”

“De acuerdo”. Se veía resignado. Se paró y abrió una puerta detrás de él que conectaba a un pequeño cuarto para examinar. Llegué a como pude hasta allí, y le dije a el que se me dormía la pierna desde el espalda y hasta el tobillo. Una vez que me acosté en la camilla, él hizo un examen con una aguja en la parte trasera de mi pierna, y confirmó: “tiene razón. No tiene sensibilidad”.

“¿Y acaso eso no significa nada?”

“No” entonces él repitió algunos de los hechos relacionados al SMT y cómo sus síntomas se desarrollan, así como otros argumentos que había leído en su libro. Me dijo que había escrito un nuevo libro incorporando lo que había aprendido desde que había escrito el primero de ellos. Comencé a creerle.

Me obligué a pararme y a caminar. Todo esto había tomado unos 15 minutos.

Cuando llegué a la sala de espera me incliné hacia mi sorprendido esposo. Había sido doloroso. Pero estaba parada y caminando.

“Por cierto”, dijo el doctor Sarno desde la puerta de su oficina, “no duerma con una almohada bajo sus rodillas más”. Yo no le había mencionado nada acerca de las almohadas.

Me tomó varios meses que el dolor y la falta de sensibilidad se fueran completamente, pero mi proceso de recuperación había empezado aquel día. No había nada malo en espalda. El doctor Sarno animaba a sus pacientes a asistir a una clase en la que él enseñaba acerca de la conexión entre la mente y el cuerpo, y sobre cómo necesitamos reforzar la asociación entre dolor crónico y estrés de la vida. Asistí a su clase.

También consulté brevemente con una terapista. Completé cuadernos y cuadernos con listas de cosas que me producían enojo, o me asustaban, o me alteraban. Listé las mismas cosas una y otra vez. Nunca sería capaz de cambiar la mayoría de ellas, pero con sólo reconocerlas, y reconocer la relación entre estas cosas y el dolor, finalmente pude terminar mi sufrimiento.

Aún experimento lo que llamo “cosas Sarno”. Es mi personalidad. En momentos de tensión he experimentado remedos de artritis, bursitis, dolor de rodilla, síndrome de tensión mandibular, túnel carpal, y fascitis plantar. Tan pronto como logro descubrir lo que en realidad está ocurriendo, me detengo y me obligo a listar todo lo que está molestándome. Si estoy corriendo, ignoro el dolor y a hago listas en mi cabeza. Y en todas las ocasiones mi dolor se va igual que se iría mi dolor de cabeza si me tomara una ibuprofeno.

Yo sé que nunca volveré a tener dolor crónico. No le pago más dinero a masajistas ni a quiroprácticos. No me preocupo por correr sobre cemento, o por la forma de mis zapatos de correr. Yo corro 20 a 30 millas por semana. Mi vida es mía, gracias a usted, doctor John Sarno. Por el tiempo que viva, estaré agradecida con usted.

Espero que disfrute su retiro.

Con mis mejores deseos,

K.O.

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